viernes, 19 de agosto de 2011

Las fuerzas para vencer provienen de Dios





Cuando Ana Isabel Ospina cruzó la meta y batió su propio record de atletismo en cuestión de segundos, miró hacia las tribunas, agradeció con una sonrisa los aplausos de decenas de personas, y pensó que más de setenta años no eran un obstáculo para que siguiera siendo una triunfadora.
La mujer se convirtió en la penta campeona más anciana del Valle del Cauca, en Colombia, pero en comparación con muchas personas más jóvenes, tiene la agilidad de una adolescente, las ilusiones y la alegría de una quinceañera y los sueños de un estudiante recién egresado de la secundaria.
Hay momentos en que piensa que renunciará a una carrera, cualquiera que sea. Las fuerzas se le escapan y ve muy distante el final de la competencia. Pero tiene claro que vencer implica esfuerzo y entiende que sólo lo logran, quienes no permiten que las circunstancias gobiernen su existencia.
Ana Isabel sale con sus nietos a jugar en el parque. Ser una corredora destacada en los campeonatos de la tercera edad no le ha robado su ternura de abuela, los consejos sabios del que ha vivido mucho, y la tranquilidad de quien valora cada nuevo día como un regalo de Dios, único e irrepetible.

No deje de luchar ahora...

Esta campeona de atletismo me hizo reflexionar en los que, como ella, han llegado al límite de sus fuerzas en muchas ocasiones, y antes que seguir adelante, se dejaron vencer por las circunstancias.
El salmista escribió un principio de vida que toma particular vigencia cuando sentimos que no podemos seguir adelante."Bienaventurado el hombre que tiene en ti sus fuerzas, En cuyo corazón están tus caminos. Atravesando el valle de lágrimas lo cambian en fuente, Cuando la lluvia llena los estanques." (Salmos 84:5, 6).
Es Dios quien nos otorga las fuerzas para vencer. No permita que la derrota y la frustración lo dobleguen. Adelante. ¡Dios está de su parte! No lo dejará solo. Jamás lo ha hecho. Mire adelante. La meta está cerca. ¡Siga luchando!
Por favor, no deje que pase este día sin que tome la mejor decisión de su vida: recibir a Jesucristo como su Señor y Salvador. Es la mejor decisión que pueda tomar...

Como la Mariposa




En cierta oportunidad, un hombre vio una mariposa a punto de salir de su capullo. Con denodado esfuerzo, el pequeño insecto se retorcía y forcejeaba con ímpetu, hasta agotar sus fuerzas, para romper la envoltura y emerger con toda su belleza y esplendor.
El hombre que la miraba con atención, sintió pena por ella y decidió, entonces, hacer algo por la mariposita. Con mucho cuidado para no dañarla, rompió el capullo para ayudarla a salir.
Pero su sorpresa fue tan triste como lo fue su decepción. Cuando el pequeño insecto salió de su capullo, no tenía los vistosos colores de las mariposas y tampoco tenía las fuerzas para volar. Su vida recién comenzada ya se estaba extinguiendo poco a poco. Rato después, luego de una intensa agonía, murió sin haber volado ni desplegado sus majestuosos colores.

¿Qué es lo que había sucedido?

Justamente el intenso esfuerzo que hacen las mariposas para romper su capullo y salir, es lo que las “entrena” y les provee las fuerzas para volar. Asimismo, es esa lucha por emerger de su natural envoltura la que hace que aparezcan los bellos colores y motivos en sus alas. Una mariposa sin ese trance previo del momento de salir de su capullo, muere sin fuerzas ni hermosura.
Y esto es justamente lo que ha hecho Nuestro Amado Señor con nosotros. Me emociona y me da gozo pensar en esto, ya que me ayuda a comprender al menos en parte, por qué Nuestro Señor permite con frecuencia dificultades y tribulaciones en nuestras vidas. Y es que sin esfuerzos sucumbiríamos sin pena ni gloria en un mundo corrupto y caído.
Dios tiene el poder para romper el capullo que tantos dolores de cabeza nos da. Sin embargo, es gracias a esas dificultades, que nos hemos de transformar en esa mariposa que deslumbra con la exquisita belleza de la Gracia de Dios y alegra la vida con el colorido de su dulce Espíritu a quienes nos rodean y son ministrados a través de nuestras vidas.

Justificados, pues, por la fe, tenemos paz para con Dios por medio de nuestro Señor Jesucristo; por quien también tenemos entrada por la fe a esta gracia en la cual estamos firmes, y nos gloriamos en la esperanza de la gloria de Dios. Y no sólo esto, sino que también nos gloriamos en las tribulaciones, sabiendo que la tribulación produce paciencia; y la paciencia, prueba; y la prueba, esperanza; y la esperanza no avergüenza; porque el amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo que nos fue dado.

(Romanos 5:1-5 RV60)